
Para E.
cuyos ojos también escriben libros
¿Cuándo se quebró la relación esencial entre el lenguaje y el mundo? Algunos estudiosos señalan que quizás entre los siglos XI y XII d.c., cuando la condición individual se constituyó como fuente del conocer. No lo sé, pero a veces me gusta creer que ese vinculo de alguna u otra manera sigue intacto, que el lenguaje no es sólo un sinónimo del mundo, un consenso para entender que no nos entendemos, significantes huecos que utilizamos para no descender al abismo de la animalidad. Me gusta creer que el lenguaje es consustancial a la vida.
El editor de la revista francesa Elle ha sufrido un ataque que lo ha dejado paralizado completamente, pero sus funciones psíquicas están ilesas. Despierta de un coma de veinte días. Está en un hospital al sur de Francia. El único control que ejerce en su cuerpo será sobre el ojo y el párpado izquierdo. ¿Cómo asumir y asimilar tal condición? ¿El rompimiento con el vehículo que trasmite las sensaciones impide la vida como experiencia? La inmediata respuesta será querer morir. Atrapado en su propio cuerpo pronto se dará cuenta que posee dos portentos que le darán la libertad que su complexión sólo detenía: la imaginación y la memoria. A estas les dará orden la palabra.
Con un código alfabético ideado por las enfermeras que lo atienden, Jean-Dominique comenzará a dictar con los parpadeos de su ojo izquierdo la historia reciente de su vida (apenas 43 años de edad); el sistema consiste en deletrear cada palabra, y una copista asignada por la editorial -con la cual tenía un contrato antes del accidente- hará el trabajo de taquigrafiar y leer la vida de este simpático editor que descubre la belleza de la humanidad justo cuando cree no poder vivirla. Será la palabra la sustancia que rescate la historia trágica y hermosa de este editor devenido escritor.
La pregunta inicial va perdiendo sentido ante el reflexivo, irónico, lúcido -y nunca autocompasivo o sentimental- recuento de lo vivido por Jean-Do (como le dicen los más cercanos). La esposa de la cual se ha separado y que lo atenderá hasta el último aliento de vida; los hijos a quienes no acarició lo suficiente; el padre a quien amó y cuidó y ahora lo sabe postrado en una cama; la amante imbele que no se atreve a verlo y aun así espera; los amigos a quienes no llamó; un extraño hombre a quien cedió un puesto en el avión y luego fue secuestrado y que asevera entenderlo; las enfermeras y los doctores que lo atienden como nunca uno de nosotros habría podido imaginar; todos estos personajes son el resorte y el aliento para entregarse a la tarea de escribir, de contar, de celebrar la existencia desde la memoria y la imaginación, ordenando el mundo desde y en la palabra. Y la palabra se conformará desde la letra, el signo (símbolo) mínimo que compone al lenguaje; signo que se hará gráfico, se hará libro.
Jean-Dominique hace uso de una metáfora, la escafandra y la mariposa, para dar cuenta de la dicotomía entre cuerpo y mente (como antagónicas) y cómo el cuerpo encierra a la mente (o espíritu, o conciencia,) y la anula en el cúmulo de sensaciones que enceguecen el reconocimiento de la existencia; la noción del tiempo en sus instancias urbanas se desploma y abre la posibilidad de vivenciarlo teniendo como referente la luz de la naturaleza, el oleaje de una mar que es amable y sensual, del viento que sustituye a las cámaras del showbusiness, y el volcarse dentro de sí mismo para descubrirse en su humanidad y en la de los otros. El tiempo será sentimiento y el discurrir lenguaje.
Y como no hay movimiento, lo sucesivo serán las palabras. La muerte llegará (si llega) cuando el punto final no deje puntos suspensivos.
2 comentarios:
Muchas gracias Parra.
Kaori,
Gracias por visitarnos. Nuestras investigaciones demostraron que Parra no es persona de fiar. De todas maneras intentaremos contactarle.
Buena Suerte.
Publicar un comentario