Sabana Dream

Andrea insistió que nos fuéramos todos a esa hacienda. O finca. Una finca en las afueras de Bogotá. Me dijo que todos allí tenían fincas en las afueras y que era normal que hasta en nuestras condiciones la gente llegara hasta esos sitios a seguir un asunto como el que nosotros llevábamos. Además no había más opción sino montarnos en el carro y cruzar una, dos, tres autopistas hasta que llegamos a unos pueblitos loquísimos con algunas personas asomadas a las puertas, todos sentados en sillas y mirándonos pasar. Ninguna de ellos levantó la mano para despedirnos, como sabiendo que a lo mejor no valía la pena despedirse de alguien que no se fuga de nada. Nadie se despide de un montón de carajos montados en un Wolkswagen Golf a toda mecha rumbo a quien sabe.

No se como ese carrito podía con todos nosotros y mantener esa velocidad. El carrito se bamboleaba en el hilo de la carretera y a los lados todo era una oscuridad que te cagas. El carro seguía su curso como si navegara sobre esa sabana donde no se veían ni los pensamientos. Solo si te asomabas por una ventana, si podías sortear el otro mar –el de brazos y piernas y manos entrelazadas- es que podías ver por encima unas nubes relumbrosas como de una ciudad que flotaba sobre nosotros. Se puede sentir vértigo sin ver nada. Se puede sentir mareo sin ver para los lados. Como la canción. ¿Qué es eso que miras y no se ve?.