
Claro, eran las tres de la mañana y a esa hora los marihuanos somos más caritativos que Cristo. Adriana la ofreció el empujón a Carmelo luego que sus amigos lo dejaran por irse al Ávila a ver el amanecer. Aun no terminábamos de creer que ese pana vivía en un laboratorio dentro de la universidad. Sin duda estábamos muy fumados, pero la sola idea de irnos hasta aquel edificio en medio de esa montaña y ese bosque para llevar a alguien me parecía de la loquetera.
Ya en la puerta de la universidad bastó que nuestro pasajero asomara la cabeza desde la ventana y diera un suave silbido para que los portones se abrieran sin dilación, y una sonrisa del vigilante, seguido de un: ¡Ey, Carmelo!, nos diera la bienvenida.
Como estacionamos el carro bastante lejos del laboratorio, aprovechamos la distancia para caminar por el bosque del campus. En el silencio -y nuestro obvio estado de alteración- el lugar parecía algo más que instalaciones académicas. De los edificios vacíos manaba algo pesado y herrumbroso que contrastaba con nuestra conversación (yoga, química, zen, confitería), el sonido de mis pies descalzos en el césped húmedo y las volteretas que Adriana hacía en medio de la neblina.
En algún momento Adriana desapareció de nuestra vista. Más adelante nos enteramos que estaba en lo alto de un árbol, cuando escuchamos sus ruidos raros, como pájaro cucú. Sin detenernos atravesamos el centro del jardín universitario, donde se encontraba el símbolo de la institución diseñado en un cuidadoso arreglo de jardinería. Estructura que fue destruida sin querer por nuestro decidido y adulterado paso hacía la morada de Carmelo.
Al abrir la puerta del laboratorio salió una gata. Al lado había una motocicleta Harley Davidson que era -según Carmelo- propiedad de los uno de los profesores colegiados de su universidad. Me senté sobre ella, jurungué botones, voltee la placa, desenchufé cables e imaginé que era Dennis Hooper en Easy Rider, antes por supuesto que esos granjeros malempatados lo volvieran mierda.
Dentro del laboratorio donde Carmelo habitaba había pipetas y todas esas cosas que el ejercicio de la química necesita. Máquinas que separan líquidos, máquinas que crean líquidos, máquinas que ni idea para que sirven, y una nevera que Carmelo abrió porque había muchísimo calor allí adentro. La nevera en cuestión era enorme, y en la puerta de la misma se leía en letras rojas: BIOHAZARD.
Tengo que confesar que nunca terminé de confiar en Carmelo ¡la marihuana no tenía efecto en él! Demasiado parco, demasiado austero, demasiado calculado hasta lo innecesario. He aquí lo venidero.Casí como si estuviera pasando ahora: Adriana ve la nevera y dice: ¿Y eso en realidad tiene cosas Biohazard? ¿Material bacteriológico, de pana? Y el tipo responde: Sí vale ¿No quieres meterte? Sin pensarlo Adriana entra y yo también, junto con Carmelo, quien nos da una breve explicación de los frascos y el resto del contenido de la nevera. Afuera nadie vigila la puerta de la nevera.
Me salgo.
Adriana le dice a Carmelo que la encierre diez segundos con la luz apagada -la luz se apaga desde afuera-, éste la mete en la nevera, la deja diez segundos y Adriana sale cagadísima de la risa. Nuevamente le dice: ¡Ahora! (risas), ahora (más risas), ¡ahora dame treinta segundos! (risa frenética).
Carmelo y yo hablamos paja mientras la tipa se cagaba de las risas en su infierno. Al salir, Adriana me pide que entre yo. Me detengo a evaluar la situación y pienso: una marihuana y un tipo en quien no confío (sigo pensando) ¿Y si me meto? ¿Y si se olvidan de mi? Le digo que no. ¡Ah bueno -me replica- entonces vamos a meternos los dos! En ese momento dije para mis adentros: No me jodas, ¿y afuera se queda el tipo en quien continúo desconfiando?.
Luego de una ligera discusión sobre la eventualidad que significaría que dos marihuanos entráramos a una nevera con material bacteriológico, la convencí de que no lo hiciéramos. Entonces, emprendimos el regreso. Adriana con un sentimiento de derrota porque no consumó nuestro amor en el infierno congelante, y yo, más aliviado de no depender de un desconocido habitante de semejante sitio, cuyos únicos amigos eran una gata y una motocicleta cara.
Mientras caminábamos hacia el carro la gata nos acompañó todo el trayecto. A mitad de camino nos sentamos en un auditorio con unas nubes acústicas alucinantes. Decidimos fumar un porro más, mientras la gata giraba alrededor para cuidar nuestra nota.
De regreso al carro nos dimos cuenta que la gata aún nos acompañaba. Pero cuando abrimos las puertas había desaparecido. Joder, en mitad de un estacionamiento gigantesco, vacío, y silencioso, la gata se esfuma. Más nunca supimos de ella.
Salimos de la universidad lanzándole besos al vigilante. Al entrar a la carretera yo saqué la cabeza de la ventana del carro. Adriana aceleró la máquina y las luces iluminaban los árboles en medio de aquella soledad. Cuando se prendió la radio sonaba una canción de Pale Saints. Desde mi perspectiva, mientras el viento me quemaba la cara, parecía que los árboles se cerraban sobre nosotros.
Ya en la puerta de la universidad bastó que nuestro pasajero asomara la cabeza desde la ventana y diera un suave silbido para que los portones se abrieran sin dilación, y una sonrisa del vigilante, seguido de un: ¡Ey, Carmelo!, nos diera la bienvenida.
Como estacionamos el carro bastante lejos del laboratorio, aprovechamos la distancia para caminar por el bosque del campus. En el silencio -y nuestro obvio estado de alteración- el lugar parecía algo más que instalaciones académicas. De los edificios vacíos manaba algo pesado y herrumbroso que contrastaba con nuestra conversación (yoga, química, zen, confitería), el sonido de mis pies descalzos en el césped húmedo y las volteretas que Adriana hacía en medio de la neblina.
En algún momento Adriana desapareció de nuestra vista. Más adelante nos enteramos que estaba en lo alto de un árbol, cuando escuchamos sus ruidos raros, como pájaro cucú. Sin detenernos atravesamos el centro del jardín universitario, donde se encontraba el símbolo de la institución diseñado en un cuidadoso arreglo de jardinería. Estructura que fue destruida sin querer por nuestro decidido y adulterado paso hacía la morada de Carmelo.
Al abrir la puerta del laboratorio salió una gata. Al lado había una motocicleta Harley Davidson que era -según Carmelo- propiedad de los uno de los profesores colegiados de su universidad. Me senté sobre ella, jurungué botones, voltee la placa, desenchufé cables e imaginé que era Dennis Hooper en Easy Rider, antes por supuesto que esos granjeros malempatados lo volvieran mierda.
Dentro del laboratorio donde Carmelo habitaba había pipetas y todas esas cosas que el ejercicio de la química necesita. Máquinas que separan líquidos, máquinas que crean líquidos, máquinas que ni idea para que sirven, y una nevera que Carmelo abrió porque había muchísimo calor allí adentro. La nevera en cuestión era enorme, y en la puerta de la misma se leía en letras rojas: BIOHAZARD.
Tengo que confesar que nunca terminé de confiar en Carmelo ¡la marihuana no tenía efecto en él! Demasiado parco, demasiado austero, demasiado calculado hasta lo innecesario. He aquí lo venidero.Casí como si estuviera pasando ahora: Adriana ve la nevera y dice: ¿Y eso en realidad tiene cosas Biohazard? ¿Material bacteriológico, de pana? Y el tipo responde: Sí vale ¿No quieres meterte? Sin pensarlo Adriana entra y yo también, junto con Carmelo, quien nos da una breve explicación de los frascos y el resto del contenido de la nevera. Afuera nadie vigila la puerta de la nevera.
Me salgo.
Adriana le dice a Carmelo que la encierre diez segundos con la luz apagada -la luz se apaga desde afuera-, éste la mete en la nevera, la deja diez segundos y Adriana sale cagadísima de la risa. Nuevamente le dice: ¡Ahora! (risas), ahora (más risas), ¡ahora dame treinta segundos! (risa frenética).
Carmelo y yo hablamos paja mientras la tipa se cagaba de las risas en su infierno. Al salir, Adriana me pide que entre yo. Me detengo a evaluar la situación y pienso: una marihuana y un tipo en quien no confío (sigo pensando) ¿Y si me meto? ¿Y si se olvidan de mi? Le digo que no. ¡Ah bueno -me replica- entonces vamos a meternos los dos! En ese momento dije para mis adentros: No me jodas, ¿y afuera se queda el tipo en quien continúo desconfiando?.
Luego de una ligera discusión sobre la eventualidad que significaría que dos marihuanos entráramos a una nevera con material bacteriológico, la convencí de que no lo hiciéramos. Entonces, emprendimos el regreso. Adriana con un sentimiento de derrota porque no consumó nuestro amor en el infierno congelante, y yo, más aliviado de no depender de un desconocido habitante de semejante sitio, cuyos únicos amigos eran una gata y una motocicleta cara.
Mientras caminábamos hacia el carro la gata nos acompañó todo el trayecto. A mitad de camino nos sentamos en un auditorio con unas nubes acústicas alucinantes. Decidimos fumar un porro más, mientras la gata giraba alrededor para cuidar nuestra nota.
De regreso al carro nos dimos cuenta que la gata aún nos acompañaba. Pero cuando abrimos las puertas había desaparecido. Joder, en mitad de un estacionamiento gigantesco, vacío, y silencioso, la gata se esfuma. Más nunca supimos de ella.
Salimos de la universidad lanzándole besos al vigilante. Al entrar a la carretera yo saqué la cabeza de la ventana del carro. Adriana aceleró la máquina y las luces iluminaban los árboles en medio de aquella soledad. Cuando se prendió la radio sonaba una canción de Pale Saints. Desde mi perspectiva, mientras el viento me quemaba la cara, parecía que los árboles se cerraban sobre nosotros.
2 comentarios:
De los yeah y la imposibilidad de comunicación
Los sedimentos acumulados en las encías cibernéticas de este blog, no dejaran de sorprenderme, la imposibilidad de llenar bits con falsificaciones torpes sobre la triste realidad llama a la pregunta travesti ¿será que nadie tiene nada que decir?, tomos autobiográficos sobre pequeñas personas de pequeñas comedias humanas, estatizando torpemente degeneradas anécdotas. Carentes en todo grado voz articulada las creaciones y seguramente sus abominables escritores, poseen las cualidades monolíticas del granito, ser esculpido (escupido) con un cincel, atravesando este las cejas y el pecho, para estar en el salón de lo inacabado y desechado, al parecer son el producto de esas grandes piedras que las torpes manos de aprendices agrietan sin piedad y sin maestro; no deben confundir no son ni los aprendices ni la forma deformo que consolida el pulso de alguno, son las sobras, el polvillo junto a la comida del perro, imposibilitados por sus adicciones comunicativas vulgares, con un martillo pesado extirpan las letras de su teclado, creando esa masa multiforme pegajosa infectada con la pus del lenguaje con el que se relacionan con sus ambiguas vivencias, exaltando el espíritu del acne y los quince años. Ciertamente 2021 Pura “ficción” tendría que sufrir un cambio leve a pura fricción, o algo que aún tenga gancho, así seguir convocando estas pequeñas bestias peludas que se multiplican con el agua para ridiculizarse ellas mismas en este circo de blasfemias degradantes.
Publicar un comentario