lunes, 10 de agosto de 2009

Uruguayo Utópicos : Elizondo


"Veo que la empleada me espera con la cámara en alto. Estoy a punto de hacer fracasar todo, lo sé y no puedo detenerme. Lo sé tanto como Elizondo supo que Zidane se iría. Camino despacio hacia la jaula, y cuando estoy llegando me adelanto con dos trancos rápidos. El resultado es que los loros se asustan. Saltan para todos lados y profieren los gritos más desgarradores. Veo a la empleada tomarse la cabeza con las manos, mi cámara junto a su cabello. Por entre los arbustos se asoman los novelistas que estaban conversando. Creo que lo eché todo a perder y me voy. Mientras me alejo sigo oyendo las voces inconexas de las guacamayas, como si trataran de decirse que no entienden. Ahora debo esperar ya otra cosa antes que el tucán: que la empleada me devuelva la cámara. Y cosa rara, veo, algo que contrasta con su presencia medio borrosa a lo largo del evento, veo a Vila-Matas asomarse por una pared del pasillo descendente, como si estuviera husmeando, no del todo desapercibido bajo su acostumbrada ropa oscura.

Después me dirá que trataba de salirle al paso a Elizondo. El presidente del encuentro, un destacado novelista venezolano, le ha dicho que a esa hora el juez regresa de sus ejercicios respiratorios. Va a salirle al paso y van a conversar. Vila-Matas está distendido, ha desaparecido el rictus de fatiga que cruzaba su rostro cuando no era seguro que pudiera ver al juez. Después me dice que han conversado durante un rato y que Elizondo ha respondido a sus preguntas con comentarios sobre ellas. La primera pregunta que Vila-Matas le hace es sobre lo que sintió cuando expulsó a Zidane. Antes de responder, Elizondo le dice que eso se lo preguntó mucha gente. Con las otras preguntas es igual, lo mismo con las premisas de Vila-Matas: Elizondo va a considerar que se trata de preguntas o pensamientos frecuentes. Sé que a Vila-Matas no le preocupa ser original, no en este caso por lo menos; pero alcanzo a intuir que se siente triste de haber quizá defraudado a Elizondo con preguntas ya formuladas infinidad de veces, no precisamente propias de un escritor consagrado. Sus ojos ya no se mueven queriendo observarlo todo, sino que se mantienen fijos en un vacío cercano.

Ahora es de mañana y me dirijo hacia la sala de conferencias. He recuperado mi cámara de fotos, pero no he vuelto a ver a la empleada ni a los loros. Tampoco los escucho. En el desayuno, quizá por la ausencia de sus voces no puedo dejar de pensar en ellos, en dónde estarán. Este pensamiento me mortifica. El novelista advierte mi tristeza, pero no imagina el motivo y trata de desentenderse. Y como él no está mucho mejor que yo, permanecemos durante toda la comida en silencio, prestándonos la colaboración de las cucharitas y el café, o de un vaso con agua, o de la vianda para después, como si fuéramos viejitos en una residencia.

Me dirijo entonces a la sala de conferencias. Para ello debo pasar por la recepción del hotel. Veo que hay un grupo de personas en la entrada (una entrada ancha y espaciosa, con una rampa curva para los autos) y que de allí alguien me llama con las manos. Se trata de un grupo de novelistas y críticos que están alrededor del juez Elizondo. Lo encontraron justo cuando iba a dar su clase matutina y quieren sacarse una foto con él. Me piden que me sume al grupo y me presentan como un novelista argentino. Elizondo me mira y me palmea el hombro; sé que me tratará distinto. Ni mejor ni peor, sólo con más confianza.

La foto se demora. Quien intenta tomarla es el presidente del evento. Se pone frente a nosotros pero la cámara no le funciona. Elizondo se impacienta. Para distraerlo le digo que está rodeado de escritores. Me dice que él también escribe. Le pregunto qué tipo de cosas escribe. Contesta diciendo que escribe novelas, cuentos y también poemas. No lo puedo creer, pero justo cuando trato de encontrar una forma de expresar mis dudas sin ser descortés, acota que está por publicar un libro de poemas y que tiene dos novelas inéditas. En un momento se interrumpe y exclama: “Qué pasa con la foto, muchachos”. Por suerte está presente Anabella, una novelista de Caracas que nunca se desprende de su celular de última generación. Avanza al frente y está por sacar la foto, aunque al costo de no aparecer; al contrario del presidente. Me pesa el silencio con Elizondo. Sé que una forma de buscar conversación entre escritores es preguntar sobre los autores preferidos. Y lo hago. Me dice que le gustan Eduardo Galeano y Mario Benedetti. Le pregunto si prefiere algún otro uruguayo, o si prefiere a los escritores uruguayos en general, por sobre todo el resto. Y me contesta también de manera elusiva. Me dice que los argentinos queremos mucho a los uruguayos. Justo en ese momento Anabella saca la foto. El teléfono apenas se distingue en su mano. Me siento tentado de explicarle a Elizondo mi teoría sobre la admiración argentina hacia el Uruguay, pero sé que no es tema para este momento. Y aparte él ya se está despidiendo. Su curso no puede esperar.

El evento de escritores se deshilacha. Son las horas finales, hay gente que se despide, los desayunos merman. Cada enésima pregunta sobre el día de partida o el próximo itinerario de cada uno es un fleco más que se le abre a esta cortina maciza de mesas de discusión continuadas. Hay novelistas que me preguntan lo mismo dos o tres veces por día. En ocasiones trato de contestar diferente, como para ponerlos a prueba y ver si han olvidado mi anterior respuesta o si lo hacen para hablar de algo –algo que siempre será breve. Veo a Vila-Matas desayunando y me acerco a contarle que hablé con Elizondo. Me acerco y se lo digo al oído aunque esté, como siempre, solo en su mesa. Esto de decir las cosas en confidencia lo he aprendido de mi colega y me asombra haberlo adoptado sin darme cuenta. Pero es cierto que lo dicho de este modo adquiere una consistencia particular. La reacción de Vila-Matas no se hace esperar. Me mira a los ojos, creo que es la primera vez que lo hace, y me dice “¿Ah sí?” Asiento sin palabras. Le comento que me ha contado que escribe, y que adora a Galeano y a Benedetti. No puedo decir que Vila-Matas haya esperado escuchar otra cosa –en realidad eso no lo puedo decir de nadie— pero sé que al oír estos nombres se dibuja en su rostro una sonrisa de tranquilidad."


De Sergio Chejfec, en parabola-anterior.blogspot.com/

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