viernes, 25 de enero de 2008

Nadie. Me llamo, Nadie.



Respondió Odiseo al cíclope Polifemo cuando este le interrogó sobre su identidad. Esa licencia literaria de Homero le dio nombre al autoexilio y al permanente nomadismo identitario del hombre occidental. Una larga línea de rostros curtidos por el sol y la arena, una enorme cantidad de calzados sucios del desierto, un sol que no deja ver cuando disparamos cuatro veces sobre un árabe, y un inevitable destino de volver al pasado para cerrarlo de una vez por todas.

Y no es extraño además que esa línea se encuentre en el género western, versión Made in Italy. La arena de combate -guiño greco-romano-, voy y vengo perseguido (o huyendo) del pasado, y tarde o temprano me terminaré vengando de ti. Pero seguiré siendo el mismo rostro. La venganza que requiere la renuncia a uno mismo como requisito innegociable .

Sergio Leone une todas estas aristas y las junta al método japonés del montaje cinematográfico y el imaginario de los Ronin. El resultado es la fórmula pop para contar la misma historia del hombre que se va por muchos años y vuelve solo para hacer justicia. A costa de su tiempo perdido. Que no recuperará. Y llamandose, simplemente, Nadie.

Paradojas de la Historia, este género -como sus preguntas fundamentales- parece no haber sobrevivido al cambio de siglo. Eastwood, ese mynameisnobody por excelencia, cerró el ciclo magistralmente. Devolviendo a William Muney -el jinete sin nombre- al lugar donde nunca debió haber salido. El desierto de los hombres sin pasado. La estepa de los fantasmas que algún día cobrarán su venganza.

Me llamo Nadie porque somos muchos.

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