7 de abril
Juan Pablo Montoya es un piloto de carreras colombiano. Esta tarde, regresando de la oficina, escuché como se reían de él en la radio. Ayer quedó el 17 en una prueba del Campeonato Nascar, al que tuvo que emigrar tras fracasar en la Fórmula 1, aparentemente, por no disponer de un buen monoplaza. Los taxistas de Bogotá son un poco como él. Se sobrevaloran. Vayamos por partes: al igual que Barcelona tiene su Ronda de Dalt y Caracas su Cota Mil, Bogotá tiene la Circunvalar. Mientras las dos primeras pueden considerarse autopistas, la Circunvalar es como si al Circuito de Mónaco lo colocaran en una montaña rusa. Subidas, bajadas, baches, curvas, pavimento mojado, transeúntes despistados, etc., lo más parecido a un juego de computadora. Con este panorama, los taxistas, especialmente los que manejan un Hyundai o un Daewoo, que son la mayoría, deberían ser prudentes. Nada de eso. Intentan adelantar en curva y pendiente, cambian de canal compulsivamente, disfrutan de acariciar la rodilla de los motorizados y claro, por muy buenos pilotos que se crean, el carro no les da para más, se ahoga, y obvio, es un peligro, porque a pocos metros viene una tremenda camioneta pilotada por un Hamilton cualquiera, prepotente y malcriado, siempre a punto de apretar el botón equivocado. Así que un trayecto en el que uno podría ir disfrutando del magnífico paisaje alpino de Bogotá se convierte en un delirante viaje del que aspiras a salir sin rasguños. Eso sí, son muy amables, te tratan de señor y quedan siempre a la orden.
Juan Pablo Montoya es un piloto de carreras colombiano. Esta tarde, regresando de la oficina, escuché como se reían de él en la radio. Ayer quedó el 17 en una prueba del Campeonato Nascar, al que tuvo que emigrar tras fracasar en la Fórmula 1, aparentemente, por no disponer de un buen monoplaza. Los taxistas de Bogotá son un poco como él. Se sobrevaloran. Vayamos por partes: al igual que Barcelona tiene su Ronda de Dalt y Caracas su Cota Mil, Bogotá tiene la Circunvalar. Mientras las dos primeras pueden considerarse autopistas, la Circunvalar es como si al Circuito de Mónaco lo colocaran en una montaña rusa. Subidas, bajadas, baches, curvas, pavimento mojado, transeúntes despistados, etc., lo más parecido a un juego de computadora. Con este panorama, los taxistas, especialmente los que manejan un Hyundai o un Daewoo, que son la mayoría, deberían ser prudentes. Nada de eso. Intentan adelantar en curva y pendiente, cambian de canal compulsivamente, disfrutan de acariciar la rodilla de los motorizados y claro, por muy buenos pilotos que se crean, el carro no les da para más, se ahoga, y obvio, es un peligro, porque a pocos metros viene una tremenda camioneta pilotada por un Hamilton cualquiera, prepotente y malcriado, siempre a punto de apretar el botón equivocado. Así que un trayecto en el que uno podría ir disfrutando del magnífico paisaje alpino de Bogotá se convierte en un delirante viaje del que aspiras a salir sin rasguños. Eso sí, son muy amables, te tratan de señor y quedan siempre a la orden.
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