jueves, 24 de julio de 2008

Tarántulas en el pelo


"Como desprendidas de una revista de modas, las peluquerías son páginas capilares que exhiben en sus vitrinas el look de cabezas escarmenadas, aflautadas o reducidas según la jibarización del peluquero. Así, la artesanía del pelo diseña un mapa comercial que conecta en trenzas de desecho los deseos sociales de parecer otro, de querer ser igual a la muñeca Barbie que lee noticias por televisión sin que se le mueva un pelo, aunque estalle por los aires el golfo Pérsico.
Toda una suerte de estereotipos recoge el estilista en catálogos importados y revistas jetseteras, poses hollywoodenses y calcos famosos que desplaza de su glamour a la cabeza de sus dientas. Pero es él quien se mira en la faz ansiosa de las mujeres que engalana. Es su fantasía de diva, mujer fatal, Quintrala o ninfa adolescente que reparte por la ciudad en un desdoblaje de semblantes.
Detrás de la imagen de mujer famosa, casi siempre existe un modisto, maquillador o peluquero que le arma la facha y el garbo para enfrentar las cámaras. Una complicidad que invierte el travestismo, al travestir a la mujer con la exuberancia coliza negada socialmente. Cada mujer tiene en su peluquero un amante platónico, un consejero o pañuelo de gasa que seca sus lágrimas y levanta su ánimo, en una suerte de terapia engatusadora que recubre el demacre con la madre cosmética. Transformándose en una mater de manos peludas, que revierte su Edipo homosexual en la ternura del masaje al cráneo femenino. Con máscaras y menjunjes a la placenta, a la mosqueta, a la tortura de estirados, zangoloteos de celulitis y papadas sueltas. En la vida todo tiene arreglo, mi reina, le repite incansable a todas las mujeres que se entregan a sus dedos de tijera.
Al final hasta la más fea sale a la calle con paso de Miss Universo, luciendo una cara prestada y una mezcla de estilos que confunden su biografía. Y camina toda almidonada mirándose de reojo en las vidrieras. Sin poder asumirse con ese alero de chasquilla o reírse de ella misma, porque al menor gesto la máscara Angel Face se le cae a pedazos. Y no mira a nadie sintiéndose como un travestí en el Vaticano, pensando en que la ciudad entera se ríe de ella, sobre todo el cola que le aforró feroz palo de cuenta, sumando el nombre francés de los productos usados y que ella esta segura los compra en el mercado persa, o donde los chinos que reproducen hasta el vértigo del Empire State."

(de Pedro Lemebel, en La esquina es mi corazón)

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