lunes, 8 de septiembre de 2008

Lindsay Lohan es un mal polvo


Hoy han muerto dos cajas de José Cuervo, dos de Grey Goose, una de Absolut, dos de Inferior (Ron Superior, traducción para los neófitos) 5 botellas de etiqueta azul (de 21 añitos), dos de Buchanan, 4 cajas de vino Casillero del Diablo y 10 cajas de cerveza. O quizá el sábado. Perdí la cuenta.

Recibí un sms del messenger:
«debes venir. Te van a interpelar mañana en la asamblea. Dónde coño andas, carajito?»

Por supuesto, a mí no me sacan de Saint-Tropez ni con exorcista. Ayer vi a Mauresmo en bikini y quedé boquiabierto todo el día.

Estoy en un chalet en las afueras del pueblo. Está apartado del camino principal, que va de Toulon a Cannes, por lo que hay siempre privacidad. Los paparazzis acampan a trescientos metros y apuntan sus cámaras hacia acá; pero rara vez tienen suerte. El jueves linchamos a uno. Lo torturamos (bueno, lo amarramos a una silla frente a una TV sintonizada en un canal mexicano donde vio las novelas de allá y sobre todo, Rebelde). A las dos horas, lloraba a moco suelto y echaba espuma por la boca. Hasta se cagó encima.

Me preparé un porrito afgano, me puse una franela Calvin Klein de algodón, blanca, cuello en v, me monté en el Mercedes y decidí ir al pueblo. Quiero cenar langosta, en salsa de ostras y trufas, y nada, necesito víveres, además, Emy se pondrá contenta cuando vea el banquete que va a preparar. No hay peo, la tipa es chef. La carretera está normal, a pesar de que comienza la temporada. Un carro de la poli me sigue. Sigo fumando mi porro. Estoy desconectado del mundo, ayer arrojé mi cel al mediterráneo, un Nokia demasiado bien, hay un bulto en la parte de atrás del carro, pero me calmo pues reconozco el cuerpo, ese cuerpo vestido con ese bikini Victoria´s Secrets: Julia. Pero no se movía. Llegué a extender mi mano hasta ella: al palparla, respiraba plácidamente. Estaba sudada. Olía a caña y playa, no joda. «Es culpa mía. La pea que has agarrado, digo» aunque ella no va a responder. Pensé que debía despertarla. Al fin y al cabo, habría dormido como nueve horas. Más bien ella podría darme un poco de compañía. En realidad, tenía ganas de besarla. Tal vez más tarde nos demos las trucas. Por ahora, el cuerpo debe recuperarse de la bebedera eterna. Al fin, pasó el carro de la poli y no lo vÍ más. Después de hacer las compras, me monté en el carro, donde ya Julia estaba sentada en el asiento de copiloto, con cara de perdida y amnésica. Viendo de un lado a otro, como perro en autopista, despeinada, sin maquillaje, sin bañarse, vestida sólo con un bikini diminuto. Tratando de coordinar un solo pensamiento de importancia: “QUÉ COÑO HAGO YO AQUÍ?” pero se calmó justo cuando me vio, aunque seguía arrecha, tenuemente arrecha.

-¿Me cogiste mientras dormía?

Me preguntó así no más, mientras arrancaba de vuelta al chalet.

-No, te dejé dormir. ¿Sientes que te lo hicieron?.

Le pregunté de una, como para que no se le meta esa idea en la cabeza.

-No, papi. Es que me siento asquerosa, tengo sed y mal aliento. Dame un Phillip Morris.

1 comentario:

Lara Uster dijo...

jajajaja me gusto este post