sábado, 13 de septiembre de 2008

Los Hiperbóreos


Puede que ellos entendieron antes que todos que aquel sueño pop de los noventa estaba terminando. Puede que después de terminar ese sueño comenzó un viaje. A modo de despabilarse, de huir un poco, pero sin dejar mirar - por el retrovisor del carro- la línea que aleja del paisaje que se deja. Puede que nunca volvamos a ser tan jóvenes y felices. Puede que nunca exista una banda con tanto amor y tanta belleza.

Sí Neil, Rachel, y Ian, fueron brillantes y tristes en los tempranos noventas, para el fin de esa década -aburridos y decepcionados del crash de la movida shoegaze- comenzaron a llenarse de polvo y melancolía. Sí primero vivían para la vida social, ahora vivían para la carretera. Comenzaron a imaginar un destino sin rostro, donde se vive de hermosos espejismos, donde el tiempo no pasa, donde existe un sol que nunca se pone. Pensaron en un paisaje con nombre de desierto. Se convirtieron en Mojave 3.

Irse al desierto es convivir con los fantasmas que allí habitan, es encontrar en cada oasis un punto de descanso y partida, y sobre todo es encontrar en la soledad -rasgada en sus tonadas; recuerdo Candle Song, Love Songs On The Radio, Some Kinda Angel, ó el coro de viento en Got My Sunshine- el estado que la filosofía moderna negó a la Felicidad y que solo pocos encuentran: Beatitud. Como decía Plotino «Los seres beatos son inmóviles en sí mismos y les basta ser lo que son: no se arriesgan a ocuparse de cosa alguna, porque ello los haría salir de su estado, pero tanta es su felicidad que, sin elegir, realizan grandes cosas y hacen mucho al quedar inmóviles en sí mismos», o mejor dicho, en palabras de Neil, cerebro -o corazón en este caso- de la banda: "Para nosotros lo más importante es tocar en un grupo, pasarlo bien con las canciones. Estamos en un sello pequeño y no somos famosos. Tenemos que buscarnos otros trabajos para pagar las facturas. Pero tampoco nos obsesionamos con el éxito, sencillamente nos gustaría tener la seguridad de que el próximo disco podrá salir. De hecho para sacar este disco hemos tenido que pelear bastante porque no estaba claro cómo pagarlo”. ¿Hay mejor definición de plena contemplación que este comentario medio irresponsable? ¿Qué mejor manera de romper la línea horizontal del tiempo que con la relación vertical con el instante?.

La mayoría de las reseñas resume el credo de esta banda en dos discos pilares. Por un lado , el solitario, After The Gold Rush, de Neil Young. Y por otro, Blonde on Blonde, de Bob Dylan, sin necesidad de presentaciones. Quizá olvidan al temprano Leonard Cohen, y quizá una que otra armonía Beatle en el medio. Pero la analogía perfecta está de mano de otros apóstoles dylanianos: The Band. Un grupo de músicos virtuosos que se retiran del mundo y su tiempo y hacen de la música un credo leve y hermoso. Grandes melodías corales, temas personalísimos, paisajes perdidos, y un sistema casi anónimo de presentación.

Bellos, leves, móviles, atemporales, Neil Halstead & Co reinventan al artista para convertirlo en santo. Si cuando eran Slowdive eran modernos, siendo Mojave 3 son clásicos. En esa moralidad operativa, lejos del sueño, y en constante movimiento conceptual -discos dylanianos, discos leonard cohen, discos neildiamond, discos thebyrds, discos neilyoung- crean un desierto donde peregrinan sus seguidores, perfectos fanáticos de ese credo del amor. El amor que no termina con la ruptura, sino que se hace tesoro personal. Un trofeo que asemeja a un sol poniente. Ese sol que nunca se pone, en aquellos regiones donde Neil & Co se difuminan en la carátula de Out of Tune. El sol de la media noche del corazón. Donde todos somos felizmente tristes y sonreídos. Eternos. Sin llegar jamás a casa.

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