
Hubiera sido inútil recordarle a mis amigos que la guitarra que escuchaban en esos instantes era manejada por Robin Finck, actual guitarra lider de Guns N Roses. Mucho menos cuando el concierto tomaba la velocidad de un espiral que desciende justo sobre nosotros. Los miles de asistentes que acudimos al Poliedro sabíamos que quizá estábamos frente al concierto de la década. No solo por la música de los NIN, y por lo que representa un espectáculo como este en la escena de la ciudad. Sino que el público que coreo Closer a todo gañote no era cualquier público, no eran tan solo fanáticos. Eran creyentes.
Todas las canciones que sonaban contenían esa carga temática típica de la banda. Dolor, pasión, pero con ese amor enfermizo hacia la estética. Del metal al glamour. Del metal al hi-tech. Para muestra la fascinación que produjo el espectáculo de tele-pantallas pintando un paisaje a cada uno de los temas. Y el “no puedo creer que esto está sucediendo” cada vez que un riff desgarrado anunciaba a The Frail, o Hurt, o Head Like a Hole, con el añadido -en esta última- de las letras en pantalla que hacían el logo de la banda. Esas nueve pulgadas que nos acercan al infierno donde ahora todos vivíamos encantados.
¿En realidad fue el concierto de la década? ¿En mitad del trance alguien se tomó la tarea de anotar el track list? ¿Importó que NIN tardará casi dos décadas para venir a Ven.? ¿Qué paso con los boludos de Christian y Perrote?. Importa poco saberlo. Los que fueron saben que una vez que el rock n roll impone sus disciplinas, nada podemos hacer por nosotros.
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