
El primer error de Barton fue que creer que la literatura es un camino a la salvación. El segundo fue plantearse que esa salvación caería sobre otros, sobre el hombre común. Porque ya él con su arte estaba lejos, por encima de la miseria humana. El tercero y último -la última cabeza del perro- fue aceptar viajar al infierno del arte. Barton acepta un contrato en Los Angeles, trabajará como guionista en HollyWood para tener dinero y dedicarse luego a su arte. El hombre común estará esperando por él a su regreso. Pero, Barton ¿Sabes de alguien que haya regresado de los infiernos?.
¿Quién dijo que la literatura salvaba?.
La película de los Coen se convierte en una fábula terrorífica y aleccionadora. Basta con los guiños a The Shinning y a los espectros de Fitzgerald y Faulkner en Bel-Air para saber lo que le toca a Barton. Directores de estudios que parecen mafiosos, hoteles fantasmas, y una soledad atronadora. Luego la más terrible de las plagas del escritor le sobreviene: la página en blanco. A todas estas Jhon Goodman se le aparece como un amable y sudoroso vecino, ese hombre común que el petulante Barton Fink no advierte frente sus narices. Jhon Goodman (Charlie en la peli) se aparece justo cuando el calor arrecia y hasta el papel tapiz se derrite por las temperaturas infernales. Como nos enteraremos durante toda la película Barton es incapaz de respetar las reglas de toda historia -las claves de todo guión- y no advierte las señales que los autores, esos dioses del antiguo testamento que son los Coen, le dejan en el camino.
En la pared de la habitación de Barton hay una curiosa imagen. Es el retrato de una mujer que frente al mar, mira con atención el firmamento como escrutándolo, como buscando una respuesta, o quizá pensando en proyectarse hacia el océano de la evasión. Barton no deja de mirarla y se pierde. Y pierde el tiempo también. Barton fue a Los Angeles por el dinero, y no sale arte de sus manos, solo mira el cuadro de la mujer. Y la página en blanco.
Luego la historia cobra una velocidad de picada. Como un descenso a los habernos de la creación. Un asesinato, y una investigación, y Barton viendo la muerte cerca escribe, y escribe, y quizá –según dice- ha llegado hasta su obra maestra. Pero ya la suerte estaba echada desde el principio de la historia cuando miramos ese plano donde una inmensa ola se estrella contra una gran roca. Barton recibe una visita. Jhon Goodman viene a mostrarle que la realidad es el más horrible de los infiernos, y que ahora él estara condenado a vivirlo sin redención posible, éxito alguno en el mundo de HollyWood, ni mujeres que miran el firmamento orando por una respuesta.
¿Quién dijo que la literatura salvaba?.
¿Quién dijo que la literatura salvaba?.
La película de los Coen se convierte en una fábula terrorífica y aleccionadora. Basta con los guiños a The Shinning y a los espectros de Fitzgerald y Faulkner en Bel-Air para saber lo que le toca a Barton. Directores de estudios que parecen mafiosos, hoteles fantasmas, y una soledad atronadora. Luego la más terrible de las plagas del escritor le sobreviene: la página en blanco. A todas estas Jhon Goodman se le aparece como un amable y sudoroso vecino, ese hombre común que el petulante Barton Fink no advierte frente sus narices. Jhon Goodman (Charlie en la peli) se aparece justo cuando el calor arrecia y hasta el papel tapiz se derrite por las temperaturas infernales. Como nos enteraremos durante toda la película Barton es incapaz de respetar las reglas de toda historia -las claves de todo guión- y no advierte las señales que los autores, esos dioses del antiguo testamento que son los Coen, le dejan en el camino.
En la pared de la habitación de Barton hay una curiosa imagen. Es el retrato de una mujer que frente al mar, mira con atención el firmamento como escrutándolo, como buscando una respuesta, o quizá pensando en proyectarse hacia el océano de la evasión. Barton no deja de mirarla y se pierde. Y pierde el tiempo también. Barton fue a Los Angeles por el dinero, y no sale arte de sus manos, solo mira el cuadro de la mujer. Y la página en blanco.
Luego la historia cobra una velocidad de picada. Como un descenso a los habernos de la creación. Un asesinato, y una investigación, y Barton viendo la muerte cerca escribe, y escribe, y quizá –según dice- ha llegado hasta su obra maestra. Pero ya la suerte estaba echada desde el principio de la historia cuando miramos ese plano donde una inmensa ola se estrella contra una gran roca. Barton recibe una visita. Jhon Goodman viene a mostrarle que la realidad es el más horrible de los infiernos, y que ahora él estara condenado a vivirlo sin redención posible, éxito alguno en el mundo de HollyWood, ni mujeres que miran el firmamento orando por una respuesta.
¿Quién dijo que la literatura salvaba?.
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