
Estábamos cerca de Valencia, por el lago. Amanecía. Habíamos estado hablando de pesadillas que durarían un buen rato. La luz del sol era más rosada que dorada. El carro andaba despacio por entre callejuelas dormidas. Todo el pueblo se despertaba, adormecido. Andaban algunos que le ganaron a la noche. Éste es el horizonte, dije. Karen estaba alegre, se veía graciosa con su vestido floreado. Marú me miraba directo a los ojos. Rompí con dos buenos días y dos piquitos para esas guerreras. Fuímos a la noche, lanzó Karen. Marú se lanzó encima de mi y comenzó a besarme el cuello. No vayas a joder este momento, dijo susurrándome al oído. Karen veía todo distraidamente sonreída.
De vuelta en la carretera, mi humor se fue al carajo a cada kilómetro. Maracay ya estaba despierta. Tráfico. Gente. Una chica nos veía, desde el carro donde iba, detenidos por el semáforo. Parecía aburrida. Desyunamos, con el interés de monchar. Marú, siempre jodes, siempre, me quejo. Y tu con tus drogas, maldito, se queja (ella). Jódete, dije, a la defensiva. Jódete tú, sé que luego vendrás con una banderita blanca. Karen se rió y no la culpo. ¿Saben? Jódanse los dos, en la tarde van a estar tirando, si no, antes, terminó Karen. Pagamos y nos fuímos. Se acabaron los cigarrillos. Me dolía la cabeza. Todo estaba bien, en el fondo. El camino huele a manicomio, comentó Karen. No, es el mundo lo que huele a manicomio. Llegamos a La Victoria, otra vez. Salió Marú, todo un espectáculo: bajita, no tan delgada, morena, está buena. Había gente en la calle, pero todo estaba cerrado, desierto. Todos estos malditos esclavos deben estar despertando, soltó Karen. Dame un cigarrillo. Intervino Marú, tu sinceridad es a prueba de amistades. Me alejé de Marú; aunque sin dejar de verla. Llegamos a nuestro punto de origen sin menores incidentes. Marú quería saber qué hacía con Karen. ¿Caminaban en el borde la azotea?, inquirió. Sip, siempre en las madrugadas, conté, despreocupadamente. Ustedes dos no son muy habladores, cómo hacen?…trataba de entender…
Comprendí en ese instante que Karen y él estaban más unidos de lo que podía imaginar. Se ven tiernos, son las personas más tristes y bellas que he conocido, él me mira a los ojos, no aguanto, miro al suelo y espero que Karen baje pronto.
Le dije a Marú, conozco a Karen desde hace mucho tiempo. Cabizbaja, veía el asfalto del estacionamiento. Esperaremos a Karen, ése es el plan, rompí el silencio. Fuimos al concierto, continuó, cambiando el tema. Sí. Estabas mal, te habías deprimido, me dijo. Eso fue antes de emborracharme, aclaré. Entonces la abracé. Dos liceístas que pasaban nos miraban mientras se alejaban. Yo miraba cualquier cosa, menos su rostro. Antes parecías contento, cuando te destruyes pareces otro y te pierdes como si huyeras, como si todo te horrorizara y una queda abandonada. Decía esas vainas casi llorando. Llegó Patricia. Miren, Karen se está bañando, vengan a mi casa para que coman, parecen zoombies. Su familia estaba lista para irse a la rutina mas nos recibieron bien. Comimos tostadas, huevos y tocineta. No podía dejar de pensar en el “Alan Psychedelic's Breakfast” y ya estaba más tranquilo. Se fueron y quedamos los tres. Miré a Marú y lancé un discurso: Cuando más jodido está uno, más radical debe ser la acción a emprender. Cuando estamos desnudos y desprotegidos nos encontramos y nos vemos tal como somos. Patricia comenzó a reir. Marú estaba callada. Yo busco la maldita belleza. Dije, balbuceando. Cuanto más conozco, sé que estoy aún más lejos. Sólo soy un hombre. ¿Crees que alguien es fuerte? La gente se siente segura, porque no... Continué. <<¡No eres hombre!>> Gritó Marú. Terminamos de comer. Quería decir algo más, pero no encontré la manera. Patricia sonreía. No podía dejar de pensar en la conversación del estacionamiento, tenía sueño y llegó Karen. Parecía tranquila, adormilada.
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