
Barcelona, ciudad tomada. Y por la peor de las plagas, turistas americanos. Woody Allen convierte Barcelona en ciudad-postal, una urbe que solo hace -para efectos dramáticos- de telón de fondo a la crítica con filo de aguja. No es de extrañar que esta sea la película más odiada por la peña del Colegio Los Maristas. Barcelona a los ojos de Allen (y sus rubias fotógrafas) queda reducida a nada más que una postal. Pero, ¿no es así el resto del mundo para la mente de un norteamericano promedio?. En este caso la turista se llama Vicky, encarnada por Scarlett Johansson enfundada, para la antología, en unos ajustados pantalones cortos. Esa muchacha de mirada perdida que camina por una ciudad que se le hace interesante tras el lente de su cámara digital. De turista, por supuesto. La estereotípica veinte añera que llega a una ciudad exótica en busca del sentido de la vida, huyendo de su cotidianidad (pequeño) burguesa. Cualquier parecido con alguna egresada de la UCAB es mera coincidencia.
A su lado aparece su mejor amiga, Cristina, quien estando comprometida y a punto de casarse se aventura a formar con su amiga el primer triangulo amoroso de la historia. Juan Antonio, pintor y macho ibérico también de postal, invita a las americanas a Oviedo, a volar a través de la tormenta, a hacer el amor, a ver hermosas piezas de arte. Las turistas, como buenas turistas, acceden tras la decimonovena copa de vino. Así la pasivo-agresiva Cristina es la primera en caer bajo las sabanas del pintor. Y hasta allí llega por los momentos ese primer nudo. Vicky se une a Hector, y a estos dos se les unirá la ex esposa de este: María Elena, interpretada por una Penélope Cruz de miedo.
Como es de esperarse, esta historia se complica y los dos triángulos chocan, se destruyen, y vuelven a coincidir en un final de amargas carcajadas. Mientras el bohemio treesome de Vicky, Hector, y María Helena toma cuerpo y se hace idílico, aparece en escena el prometido de Cristina. Un mensajero de aquel mundo que las jóvenes viajeras pretenden dejar detrás a punta de flashes y postgrados fantasmas. Mientras los personajes europeos crecen en fuerza, intensidad y madurez, tanto narrativa como interpretativa, los turistas se desinflan, pierden sustancia, y llegan a la caricatura. Incluso en algún momento Allen nos muestra al padre del Juan Antonio como un escritor del No, un hombre que desprecia el mundanal ruido y vive en la reclusión de una casa de maravilla. El conflicto es inevitable cuando la cada vez más atormentada Cristina no deja de pensar en su aventura asturiana con Hector, y justo a la víspera de su matrimonio se encuentra a solas con este.
Para el final la historia se reserva -¿cómo no?- dos postales más, y una reflexión. La primera, los rostros de Vicky y Cristina en la antesala del check out del aeropuerto de Barcelona. Dos pecadoras expulsadas del paraíso de las guías Lonely Planet. La cara de conmoción del que sabe que las ciudades imaginarias son cuentos de jóvenes tontas, y que la realidad siempre te espera del otro lado, y no del espejo, sino del pasaporte. La segunda, otro cuadro típico sobre España hecho por Occidente. Por más esfuerzos, Juegos Olímpicos, e invasiones a Irak, el “Mundo Civilizado” se niega –una vez más- a ver a los españoles como de los suyos. No solo les dejan fuera de las reuniones del G20, sino que también son relegados de los cuadros de ansiedades y paranoias reservados al olimpo de las culturas de celuloide anglosajón.
La reflexión: ¿Cuántas estudiantes de fotografía/arte/publicidad soportará la Ciudad Condal?.
Chuchi Cristina Barcelona.
A su lado aparece su mejor amiga, Cristina, quien estando comprometida y a punto de casarse se aventura a formar con su amiga el primer triangulo amoroso de la historia. Juan Antonio, pintor y macho ibérico también de postal, invita a las americanas a Oviedo, a volar a través de la tormenta, a hacer el amor, a ver hermosas piezas de arte. Las turistas, como buenas turistas, acceden tras la decimonovena copa de vino. Así la pasivo-agresiva Cristina es la primera en caer bajo las sabanas del pintor. Y hasta allí llega por los momentos ese primer nudo. Vicky se une a Hector, y a estos dos se les unirá la ex esposa de este: María Elena, interpretada por una Penélope Cruz de miedo.
Como es de esperarse, esta historia se complica y los dos triángulos chocan, se destruyen, y vuelven a coincidir en un final de amargas carcajadas. Mientras el bohemio treesome de Vicky, Hector, y María Helena toma cuerpo y se hace idílico, aparece en escena el prometido de Cristina. Un mensajero de aquel mundo que las jóvenes viajeras pretenden dejar detrás a punta de flashes y postgrados fantasmas. Mientras los personajes europeos crecen en fuerza, intensidad y madurez, tanto narrativa como interpretativa, los turistas se desinflan, pierden sustancia, y llegan a la caricatura. Incluso en algún momento Allen nos muestra al padre del Juan Antonio como un escritor del No, un hombre que desprecia el mundanal ruido y vive en la reclusión de una casa de maravilla. El conflicto es inevitable cuando la cada vez más atormentada Cristina no deja de pensar en su aventura asturiana con Hector, y justo a la víspera de su matrimonio se encuentra a solas con este.
Para el final la historia se reserva -¿cómo no?- dos postales más, y una reflexión. La primera, los rostros de Vicky y Cristina en la antesala del check out del aeropuerto de Barcelona. Dos pecadoras expulsadas del paraíso de las guías Lonely Planet. La cara de conmoción del que sabe que las ciudades imaginarias son cuentos de jóvenes tontas, y que la realidad siempre te espera del otro lado, y no del espejo, sino del pasaporte. La segunda, otro cuadro típico sobre España hecho por Occidente. Por más esfuerzos, Juegos Olímpicos, e invasiones a Irak, el “Mundo Civilizado” se niega –una vez más- a ver a los españoles como de los suyos. No solo les dejan fuera de las reuniones del G20, sino que también son relegados de los cuadros de ansiedades y paranoias reservados al olimpo de las culturas de celuloide anglosajón.
La reflexión: ¿Cuántas estudiantes de fotografía/arte/publicidad soportará la Ciudad Condal?.
Chuchi Cristina Barcelona.
4 comentarios:
Posa-Chuchi-Karina-Corina-Maury-Inés-Ricardo-Martín-Amada-Rosella-Patricia-Asier-Martín-Ileana-Emiliano-Armando-Otro Martín-Otro Ricardo-Marianne-Merlyn-Leonardo-Paloma-Mildred-y tantos directores de arte que se me escapan... Cristina Barcelona.
Woody Allen, profundo amante de su ciudad, va a otra y cree que es posible hacer un retrato superficial sin que se note el vacío. Su última película decepciona porque no dialoga con una cultura sino que monta un teatro de sus obsesiones sin importarle dónde lo está armando, pero pretendiendo que el contexto está determinando el núcleo de su mensaje. Lo histérico es buscar al buen salvaje en los confines del primer mundo, en donde la única certeza es que no hay una España única, aunque no lo haya notado el distraído director neoyorquino.
Parece que su investigación se nutrió a medias las revistas de aviones. Si todo es a propósito y para lo que sirve es para hablar mal de los guiris... bueno, eso es otra historia. Extraña forma de hacerse harakiri en pantalla grande....
Como ya dijo Truffaut, de las películas malas mejor no hablar...
La peña de los Maristas recomienda volver a ver JULES ET JIM. Eso sí es una peli sobre tríos y no un bochornoso publireportage sobre Carcelona...
Por lo demás, vivan las directoras de arte que se escapan!
Estimados,
Todos somos pasantes, directores de arte, eternos becarios. Valga el saludo a esas profesiones de la nada. Basta con mirar a nuestro lado y saber que desperdiciar el tiempo es un deporte cada vez más popular. Bien vivamos en Barna, Baires, o hasta las dulces playas de Chipre (Lope, salud) siempre seremos postales de nosotros mismos.
Buena Suerte.
La Redacción.
Publicar un comentario