jueves, 6 de agosto de 2009

El Ocaso de los Idolos : Kiefer Sutherland


Lo mejor que puedo decir de Kiefer Sutherland es que me daba miedo.
Me daba miedo desde sus inicios, cuando metido en la piel de aquel matón de medio pelo de la película Cuenta conmigo (Stand By Me, 1986) se deleitaba intimidando a Will Wheaton, Corey Feldman, River Phoenix y Jerry O'Connel, cuatro de los muchachos más majos y simpáticos que uno pueda echarse a la cara, y que sin embargo tenían que vérselas con aquel rubito de ojos diabólicos que bien podría haber llevado un cartel que dijera “soy un hijo de puta integral” colgad del cuello. Esta habilidad nata le venía sin duda por los genes, ya que su padre, Donald Sutherland, se ha labrado una carrera como uno de esos secundarios de lujo expertos en el papel del frío y distante villano a quien no le confiaríamos nada. El hijo, sin embargo, es un peligro suelto.
Así que imagínense ahora a este pequeño renacuajo que yo era observando aquel despliegue de maldad en pantalla. El embelesamiento era inmediato; yo quería ser como Kiefer Sutherland, y por eso le odiaba.
Tan ambivalente relación no podía ser fruto exclusivo de mis paranoias infantiles. Alguien debió haberse dado cuenta allá en el Olimpo hollywoodense, porque el amigo Kiefer alcanzó la cumbre del hijoputismo en Jóvenes ocultos (The Lost Boys, 1987) terminando de coronar un sitio de honor en el ranking mundial de la maldad. En una época como esta, en la que los vampiros han sido heridos de muerte en su honor por esa masturbación colectiva de niñas preadolescentes con la saga de “Crepúsculo”, se hace necesario volver a esta película para que Kiefer nos recuerde que los vampiros son ante todo monstruos que deben causar en los niños pesadillas, no suspiros. El David del amigo K era para entonces la perfecta encarnación de aquel compañero de colegio que pedías a Dios no encontrarte a la salida, mucho menos si ibas solo; un ser abominable, cruel y desgraciado, pero que se veía bien porque, a diferencia de mí, vestía buena ropa, iba en moto y tenía novia.
Y además escuchaba “The Doors”, coño.
Confieso que nunca fui demasiado fan de sus apariciones como héroe en películas como Jóvenes pistoleros (Young Guns, 1988) o Los tres mosqueteros (The Three Musketeers, 1993). En ambas Kiefer luce incómodo, como si aquello de ayudar y salvar a la gente fuese una traición a sus ideales más profundos. Yo compartía su sufrimiento, y todavía recuerdo las lágrimas que me hizo derramar su actuación en Línea mortal (Flatliners, 1990) al cumplir lo que ha sido mi sueño y el de muchos cinéfilos: matar a Julia Roberts (y luego revivirla porque sí, porque puede). De allí Kiefer recupera el buen paso y nos ofrece más de su repelente maldad en el cine: Autopista (Freeway, 1996), Ojo por ojo (Eye For an Eye, 1996) y Tiempo de matar (A Time to Kill, 1996) forman un triplete de entrañables psicópatas más acordes con su personalidad.
Cosa común en los grandes benefactores de la Maldad en sus años crepusculares, Kiefer Sutherland se ha dedicado en los últimos años a trabajar para el sector público. Su papel de Jack Bauer en la serie 24 puede llevar (erróneamente) a muchos jóvenes a creer que la vida del que otrora fuera el más vulgar y pendenciero de los vampiros, un actor de serie B venido a más, una “mala semilla”, estuvo siempre ligada a la justicia. Nada más lejos de la verdad. Lo cierto es que en los tiempos que corren, el destino natural de adorables monstruos como Kiefer está en el terreno nebuloso de las figuras del orden, y aunque ahora lo identifiquemos en el lado de los “buenos”, corriendo de un lado para otro con la pistola en una mano y el móvil en la otra, sigue siendo el mismo bastardo que siempre hemos conocido. Cuando Kiefer coge una sierra de mano y le corta la cabeza a un narcotraficante, cuando mata, cuando tortura, cuando pone en peligro la vida de sus seres queridos, no lo hace por el Gobierno de los Estados Unidos; lo hace por él, y sobre todo, lo hace por tí y por mí.
Como decía aquella frase inmortal: es un hijo de puta, sí, pero es nuestro hijo de puta.

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