miércoles, 5 de diciembre de 2007

Pantaletas


Me gusta que andes sin pantaletas. Sí. Dije pantaletas. Nada de ropa interior, nada de pantys, nada de bragas. Dije pantaletas. Repito, me gusta que andes por la calle sin pantaletas. Que debajo de tu faldón negro y tu cara de mojigata, andes sin nada entre las piernas que no sea el ansia de tenerme dentro de ti otra vez. Me gusta que el compás de tus piernas marque el tic-tac de lo que te espera, y que cantes en silencio con tu contoneo sordo ese blues oscuro que recitas cuando te penetro, cuando subo levemente tu falda y maúllas ese fraseo viciado Like a Baby…Like a Baby… y me pides que te desnude de distintas maneras, mientras miras asombrada, atónita, incrédula ante este raro rito secreto de pantaletas inexistentes. One last chance…One-last-chance.

Digo rito secreto porque no puede ser otra cosa este asunto nuestro. Como el día que te seguí hasta tu trabajo, que entré como si no te conociera haciéndome pasar por egipcio —aunque no tengo nada de egipcio, ni parezco un egipcio— y tuviste que atenderme porque eres la única que habla inglés en esa tienda por departamentos donde trabajas. Me escuchabas y respondías con naturalidad, luego de reponerte a tu cara de asombro cuando un muchachito asustado te buscó corriendo porque no le entendía nada al señor que gesticulaba y le hablaba en un inglés con acento falsamente egipcio. Me llevaste a la sección de caballeros mientras yo te contaba una historia sobre mi supuesto viaje, y la gente que recién conocía. Me gustaba esa idea de probar cómo te comportabas con un extranjero que sostenía la mirada en tus tetas, y que sabiendo tus puntos débiles te llevaba hasta los probadores para que sostuvieras los trajes que él pretendía comprar con su chequera de egipcio viajero y pretendidamente millonario. ¿Recuerdas que te pregunté cómo te parecía aquella camisa que jamás compré? ¿Cómo aproveché el descuido y el letargo de los estúpidos empleados de la tienda por departamentos donde trabajas para halarte hasta dentro del probador? ¿Recuerdas cómo te levanté en el aire, falda arriba, para penetrarte sin problemas —sabía que desde hacía rato estabas húmeda— en ese incómodo probador de ropa, haciéndome pasar por el falso egipcio que ahora te arrancaba gemidos ahogados en una camisa de marca?

Esa vez tampoco llevabas pantaletas.

Se que te preguntas si la gente normal, tu gente, hace cosas como las que nosotros hacemos, si se entregan a esta gimnasia de máscaras y posiciones. No te imaginas a esas señoras casadas tomando autobuses ejecutivos de ruta desconocida, bus-cama, cine-lux, servicio ejecutivo, para tan solo realizar sesiones kilométricas de sexo oral y fluidos derramados en los asientos y colchas que gentilmente ceden las azafatas. Nadie se imaginaría que llevas esa vida. Que esta historia te traspasa como un tren nocturno y silencioso. El oscuro tren de un invento que comenzó una noche cuando me empezaste a hablar de Usted Sr. con reverencia de víctima que cierra los ojos para hacerse cómplice en el placer. Entonces te empecé a atacar en pasillos, a arrinconarte en las recepciones adonde asistíamos, a poseerte en estacionamientos, ascensores, buses, restaurantes, cuartos ajenos, vagones del metro, escaleras, azoteas, alfombras, oficinas, donde fuera. Comencé a convertirte en mi víctima y en hacerme sombra que invadía nuestra cotidianidad de joven pareja culta y emprendedora.

No voy a cometer la torpeza de develar nuestro juego, nuestra reinvención en el grito, y las marcas de uñas criminales en mi cuerpo. No voy a descubrir mi brazo amoratado por tus manos que me piden más mi rey, más mi señor, más duro maestro, ni el costado donde reprodujiste la herida de Cristo luego de flagelarme con paciencia hasta el desmayo. Se que no dejas ver tu cuello marcado por mis dientes, o mis manos que te asfixian al orgasmo. La gente estúpida que va a comprar a la tienda por departamentos donde trabajas no tendrá el gusto de ver como te penetro por detrás sobre un montículo de camisetas recién traídas de Europa. Ahora estoy al acecho. No sabes cuándo estaré sobre ti nuevamente. No tienes idea de cuál será mi próxima jugada, ni hasta dónde llegará la mascarada. Sólo sabes que te gusta, que esperas como si nada el tsunami que te arrastrará sin piedad, ni aviso, y que estás preparada. Andas por la calle sin pantaletas.

No hay comentarios: