
La otra noche la china me dijo que no existías. No sé si hablaba en serio o si lo hacía como consecuencia de tanto alcohol, tanto drum, tanta vaina. Lo cierto es que no le creí. Jamás podría hacerlo y menos después de encontrarte aquella noche cuando paseaba con mi padre por cualquier centro comercial. Te veías tan gordito, tan tierno, tan buena gente, que lo que me provocaba era sentarme en tus piernas para decirte en secreto todo lo que quiero en esta navidad. Lo pensé mejor y no me atreví. Puede que me veas con otros ojos porque ya no soy tan chiquita y tú, Santa y todo, también debes tener tu corazoncito. Me conformé con darte un besito en tu rosada mejilla.
Justo en ese momento, las palabras de la china comenzaron a rebotar por todas partes: Santa no existe, Santa no existe. Y entonces me puse furiosa. Tan furiosa que me provocaba jalarte las barbas con todas mis fuerzas para demostrarle y gritarle a la china y al mundo entero que si existes; que eres real y tan bondadoso como para perdonar a esa cuerda de herejes incrédulos empeñados en arruinar la navidad y las ilusiones de los demás. Pero no lo hice. No quería molestarte. Ya me he portado suficientemente mal este año y yo quiero mis regalos navideños.
Bueno, tampoco es que me he portado tan mal así. He hecho lo que cualquier niña de mi edad haría: ir a fiestas normales, disfrutar con mis amigos normales y consumir lo que normalmente se consume en esos casos. Nada de que preocuparse, Santa, además yo sé que lo que pones en tu pipa no es tabaco de chocolate, pero tranquilo, es nuestro secreto, siempre y cuando no caigas en la piedra, por mi está bien. Vacila.
Como regalo, esta navidad quiero pedirte una patineta nueva. Y también valor para montarla, pues desde aquella noche que sacrifiqué mi sangre el dios del asfalto, como diría Maxone, ya no me atrevo a deslizar por las calles. Me da pánico al recordar no sólo mis brazos, mis hombros y mi quijada raspada, sino también mis pobres teticas que tan caras les salieron a mis abuelos. Gracias a Jehová, mi médico de cabecera, no me quedaron cicatrices, sólo traumas. Pero bueno, acepto mi culpa. No es sensato lanzarse desde Tarzilandia en falda, top, descalza y además, borracha. Mala mía. Pero en fin me gusta cómo me veo patinando, así que tráeme mi patineta. Porfa.
También quería disculparme por aquella noche en la que reventé un vaso de vidrio en los pies de la chama esa. No fue mi culpa, tú que todo lo ves podrás reconocer que ella empezó. Metiéndose conmigo, con diana, con la negra y con mi chinita, que no cree en ti no por ser mala, sino porque tiene diferentes costumbres. Cree que si en Miyagi, Bruce Lee y los Súper Sayayín, protagonistas de mis fantasías pre-adolescentes. Discúlpame esa.
Bueno, creo que más o menos eso es todo. Si se me pasa algo te lo posteo en Facebook. Mándale saludos a la Sra. Claus, espero ya haya superado la crisis de la menopausia, y a Rudolf dile que no se boletee tanto con esa nariz roja. Para ti Santa mis líricas más explosivas desde las tarimas más under de Caracas. Check it.
Justo en ese momento, las palabras de la china comenzaron a rebotar por todas partes: Santa no existe, Santa no existe. Y entonces me puse furiosa. Tan furiosa que me provocaba jalarte las barbas con todas mis fuerzas para demostrarle y gritarle a la china y al mundo entero que si existes; que eres real y tan bondadoso como para perdonar a esa cuerda de herejes incrédulos empeñados en arruinar la navidad y las ilusiones de los demás. Pero no lo hice. No quería molestarte. Ya me he portado suficientemente mal este año y yo quiero mis regalos navideños.
Bueno, tampoco es que me he portado tan mal así. He hecho lo que cualquier niña de mi edad haría: ir a fiestas normales, disfrutar con mis amigos normales y consumir lo que normalmente se consume en esos casos. Nada de que preocuparse, Santa, además yo sé que lo que pones en tu pipa no es tabaco de chocolate, pero tranquilo, es nuestro secreto, siempre y cuando no caigas en la piedra, por mi está bien. Vacila.
Como regalo, esta navidad quiero pedirte una patineta nueva. Y también valor para montarla, pues desde aquella noche que sacrifiqué mi sangre el dios del asfalto, como diría Maxone, ya no me atrevo a deslizar por las calles. Me da pánico al recordar no sólo mis brazos, mis hombros y mi quijada raspada, sino también mis pobres teticas que tan caras les salieron a mis abuelos. Gracias a Jehová, mi médico de cabecera, no me quedaron cicatrices, sólo traumas. Pero bueno, acepto mi culpa. No es sensato lanzarse desde Tarzilandia en falda, top, descalza y además, borracha. Mala mía. Pero en fin me gusta cómo me veo patinando, así que tráeme mi patineta. Porfa.
También quería disculparme por aquella noche en la que reventé un vaso de vidrio en los pies de la chama esa. No fue mi culpa, tú que todo lo ves podrás reconocer que ella empezó. Metiéndose conmigo, con diana, con la negra y con mi chinita, que no cree en ti no por ser mala, sino porque tiene diferentes costumbres. Cree que si en Miyagi, Bruce Lee y los Súper Sayayín, protagonistas de mis fantasías pre-adolescentes. Discúlpame esa.
Bueno, creo que más o menos eso es todo. Si se me pasa algo te lo posteo en Facebook. Mándale saludos a la Sra. Claus, espero ya haya superado la crisis de la menopausia, y a Rudolf dile que no se boletee tanto con esa nariz roja. Para ti Santa mis líricas más explosivas desde las tarimas más under de Caracas. Check it.
2 comentarios:
genial, genial!!!!!
Tu sabes qu ete la comiste, y que en estas navidades te esperan varias rumbetillas...
Pero el día 25, después de semerenda rumba, vas a ver debajo del árbolito, a ver si está carta le llego al Gordito y éste te dejo tu patineta...
Peace
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