
Esta noche dormimos en casa de Paola y Javier, unos amigos de Nanda, que hemos pasado a visitar tras nuestro impulsivo viaje a Guadalajara el sábado para ver el concierto de Bjork, una pequeña odisea de autobús, taxi y caminada entre el polvo del campo de los aguacates, el insólito lugar donde se llevó a cabo el festival Sonofilia, que en realidad era un concierto de Bjork con dos o tres grupos más que ya nadie recuerda y que nosotros ni vimos ni escuchamos pues llegamos con el tiempo justo para el espectáculo de la genial islandesa y su troupe de músicos. Fue una experiencia única ver a Bjork junto con más de 20.000 mexicanos, todos ellos equipados con un celular o cámara fotográfica de última generación, lo que provocó el enfado de Bjork que, después de 4 canciones, detuvo el show para preguntarse si estaba delante de personas o de máquinas. “Can you comunícate with me?”, gritó. “¡This is a live concert!” añadió, por si alguien lo había olvidado, y buena parte de los artilugios tecnológicos desparecieron por arte de magia y Bjork se sintió mejor y tres canciones más adelante exclamó un “¡viva la revolución!” que me llevó por unos momentos a Venezuela. Más tarde se animó a pedir a una entregada audiencia un cumpleaños feliz para una de las jovencísimas trompetistas que le acompañan y su petición fue atendida. De ahí el concierto cambió, dejó a un lado el intimismo galáctico para lanzarse con una especie de punk electrónico sideral que nos dejó a todos con ganas de más música.
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