lunes, 25 de febrero de 2008

Una mañana terciopelo


Kate, esa mañana del 20 de septiembre de 2005 comenzaría la que iba a ser tu prueba de fuego. La marca sueca de ropa H&M le anunciaba al mundo que liquidaba tu contrato de más de 4 millones de libras al hacerse eco de las acusaciones de ese libelo espantoso que es el Dailiy Mirror. No era la primera vez que ese pasquín te acusaba de drogadicta, pero si era esta la primera donde presentaba pruebas. Tomas de un vídeo que grabaron cuando visitabas el estudio de grabación de uno de tus novios de turno –recordar a Jefferson Hack, Johnny Depp y Pete Doherty, siempre adjuntos, siempre más femeninos, siempre añadidos a ti. Tomas de cuando construías un camino de cocaína sobre un sofá usando como herramienta tu tarjeta de crédito platinum. Nunca todos tus demonios se juntaron para definir un icono al clic de la cámara como en ese momento. Dinero, drogas, y rock n’ roll. Y la más inefable de todas las bellezas. En esa foto la tarjeta que hace las rayas del polvo de metil-octano-carboxilato de metilo -C17H21NO4, según la fórmula química- es llave a una fortuna cuantiosa amasada en casi dos décadas de carrera.

Cientos de portafolios fotográficos, desfiles de temporada uno tras otro, año tras año. La portada de casi la totalidad de las revistas de tendencia, moda, y todo lo demás también. Desde Vogue, W, Vanity Fair, Marie Claire hasta el catálogo de Zara 2004, pasando por una tapa de la revista Q donde cuelgas del cuello de David Bowie como recordándonos de que dioses del pop heredaste los dones. Burberry, Longchamp, Bulgary, y Saint Laurent sostienen increíbles contratos con tu imagen que salto siglos.

Atrás dejaste a tus pares super modelos, atrás dejaste la muerte de Versace, atrás dejaste las pantaletas Calvin Klein, atrás dejaste el grunge y la era raver. Jamás sucumbiste a la vulgaridad del hip-hop, Kate. Kate, Kate, Kate. No dejamos de repetir tu nombre cuando pensamos en nuestro tiempo. Nadie ha sobrevivido al cambio de siglo como tú. Nadie de quienes decían que eras una anoréxica, un hombrecito con falda puede negarse a tu inabarcable presencia. Ninguna revista vende si tú no apareces en su portada. Ningún fotógrafo se consagra sin tener un portafolio con tu rostro, con tus nalgas enfundadas en vaqueros de todo tipo, o con tus tetas de estatua griega al aire del papel glasse. Ninguno de los mortales que pretenda entrar al mundo de la moda puede pasar sin mirarte a los ojos y responder al enigma que formulas como Gran Esfinge del Fashion World.

Todo se lo debemos al destino y a los dioses de la democracia. Fue en el aeropuerto JFK de NYC donde los agentes supieron que descendías al mundo para regalarnos tu metro setenta y dos a los mortales sin millas acumuladas. John Fitzgerald Kennedy nos obsequiaba, desde el cielo del glamour , la última supermodelo del siglo XX, y a la primera diosa del pop del siglo XXI. O como dijeron los Primal Scream después que los hiciste salir del olvido luego de aparecer vestida de ninfa versión disco en su clip: La mejor definición del Pop es Kate Moss meneando el trasero mientras canta Some Velvet Morning. Así. Una mañana de terciopelo donde abres las ventanas. Esa mañana donde tu nombre será Kate.

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