Veo la emoción y el miedo en los rostros ajenos, gentes que compran objetos inútiles y se esconden. Estoy en un avión y veo a mi lado a una pareja que no se besa, que no siente presión en el estómago. Veo delante de mí a un hombre que insiste en ser un niño y por eso viste como un niño y cuando mira por la ventana recuerda sus temores y lo que él creía que serían sus oportunidades. Ese triste hombre-niño maldice su condición de hombre-débil y desprotegido. Está anotando algo en la bolsa de mareo. Debe escribir entonces seré ese deudor con los ojos adoloridos, el aprendiz con la cartera vacía y la carrera a medias, otro pobre muchacho sorprendido ante el vacío. Yo me regocijo porque hay otros que están mal, y eso no es de buenos, me digo. Yo no soy bueno, me digo. Yo escucho jazz, Song with orange, de la maravillosa dinastía de la Mingus Big Band, y sé a lo que voy. Pero no me río, no hay algo que me cueste trabajo creer. Veo al niño y pienso que ese hombre no es de fiar, que ese hombre es la ira. Que en cualquier momento nos hará volar a todos en pedazos, lo que no deja de resultar curioso, pues ya estamos, de cierta manera, volando. Siempre he sido aficionado a las sentencias y sin embargo disfruto la intriga como pocos. Esta mañana, al llegar a mi destino, comeré un Corn Flakes con fresas y pensaré en el pobre niño-hombre y en su debilidad, en sus sueños y estornudos, en su ridículo entusiasmo. ¿Por qué un hombre quiere ser un niño? ¿Por qué la libertad tiene rasgos casi accidentales? ¿Estará ese pobre muchacho escapando de sus deseos, o va a buscar la repetición de sus fracasos para disfrazarlos de costumbre, para otorgarles un estilo? Esta mañana, cuando termine de comer mi Corn Flakes con fresas, en mi amplio balcón, al lado de mi perro, pensaré en el motivo del viaje de ese hombre que mira por la ventana, pero sobre todo pensaré en la manera correcta, para una próxima ocasión, de acercarme a la niña que tengo durmiendo a mi lado y decirle lo que pienso de ella.
miércoles, 9 de julio de 2008
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