
La solemnidad y el amor, ese suspenso indescriptible, pueden ser una mujer y una ciudad. Junto a ellas, el tiempo que corre: la forma abstracta del deseo. Desde ahí aparece Clarissa. Clarissa Dalloway, que pasa los 50 años y sobrevive a la sociedad de Inglaterra en pleno verano de 1923. Ella se prepara para organizar una fiesta y en ese acto se pregunta, recapacita, piensa: ¿en qué demonios me he convertido?
Clarissa, esta Clarissa Dalloway, no aparece en la película. Pero sí su estela, su espíritu, su genio o dependencia. Su insustancial día. De ella depende todo, de ella parte todo. De ella y su coraje, o de la falta de él. "En el triunfo y el tintineo y el extraño canto agudo de algún aeroplano sobre nuestras cabezas estaba lo que ella amaba; la vida; Londres; este momento de junio".
Los hechos ocurren más o menos de la siguiente manera:
Virginia Wolf escribe una novela, fuma, se bebe el té de las cinco. Reflexiona sobre cómo suicidar al personaje principal de su novela, lo que quiere decir que recuerda a una amiga, que piensa en ella misma. Vive en el mismo lugar y el mismo tiempo que su personaje: Mrs. Dalloway.
Virginia Wolf sale a toda prisa de la casa con un abrigo demasiado grueso para el clima. Adentro del abrigo, como ya se sabe, carga algunas piedras de un peso considerable. Es 1941. Deja una nota para Leonard, su esposo. Camina hacia el río resueltamente. La nota termina así: "si alguien habría podido salvarme, ese habrías sido tú. Todo se aleja de mí excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir arruinando tu vida. No creo que haya habido dos personas más felices que nosotros".
Michael Cunningham junta cerebro y muñeca, cartílagos, uñas y esfínteres, para reescribir a Virginia escribiendo. Inventa a Laura Brown, una sobreviviente de Los Ángeles, California, en 1949, y se reinventa a sí mismo a través de Clarissa Vaughan, una mujer común, corriente y particularmente privilegiada: una lesbiana de fin de siglo que vive en Nueva York. Titula su novela así: Las horas. Las horas es una fiesta para aquellos que tienen la suerte de seguir vivos. Y esa fiesta de belleza y dignidad es llevada al cine por Stephen Daldry.
Así que aquí se encuentra todo: un experimento complejo, afortunado y brillante. Igual la novela, de Michael Cunningham, como la película, de Stephen Daldry. Virginia, Virginia, Virginia.
¿En qué piensas mientras caminas rumbo al agua?
Virginia Wolf es Nicole Kidman. Julianne Moore es Laura Brown y dan ganas de ser todo lo que ella posee, una crema de pastel, un beso en el comedor a su vecina con cáncer, especialmente su libro favorito, el que termina de leer en una habitación de hotel mientras deja a su hijo Richard al cuidado de una amiga: Mrs. Dalloway. Meryl Streep es Clarissa Vaughan, la novia de Sally, la madre de Julia. La mejor amiga de Richard. Meryl Streep siempre da ganas de ser Meryl Streep.
Ed Harris es Richard Worthington Brown. Richard es un pajarito, un canario. No, un petirrojo resucitado. El petirrojo tiene frío, es inteligente, busca la mano de un niño que lo arrope, como un nido de muerte, con las horas corriendo al revés. A doble velocidad. Ed Harris, Richard, Señorito Petirrojo, decide deslizarse, volar en caída libre como pudo una piedra haber volado en el agua, adentro del bolsillo de una escritora malditamente buena. Richard escucha el crujir de su cráneo cuando se aplasta contra el pavimento. Así se riegan sus impulsos, sus lucecitas.
¿En qué piensa Virginia cuando camina hacia el agua?
Stephen Daldry decide que Leonard encuentra a Virginia sentada, esperando al tren que la llevará a Londres. Pero Cunningham no. Cunningham sabe que Virginia no quiere esperar sentada. Ella sólo soporta tres minutos sin leer y sin fumar. No más. Se pone de pie y sale, vía Kew Road, y antes de verlo, pasa frente a su reflejo, fragmentado y de oro, en el nombre dorado del carnicero, que flota en el vidrio sobre el cadáver de un cordero. Allí Virginia nota la fragilidad de los hombres, allí es cuando se le ocurre que están llenos de terror.
Después de todo, ni Paramount, ni Miramax, ni el poder de Hollywood pudieron arruinar la historia con otro final marca Titanic.
Puede que no sepamos con quién habla Virginia caminando hacia el agua, pero sabemos que ese pozo en el cual podemos o no hundirnos, vivirá después de que los experimentos literarios hayan sido empacados y guardados, junto con esos rollos de película vieja que nos hablan del tiempo.
Clarissa, esta Clarissa Dalloway, no aparece en la película. Pero sí su estela, su espíritu, su genio o dependencia. Su insustancial día. De ella depende todo, de ella parte todo. De ella y su coraje, o de la falta de él. "En el triunfo y el tintineo y el extraño canto agudo de algún aeroplano sobre nuestras cabezas estaba lo que ella amaba; la vida; Londres; este momento de junio".
Los hechos ocurren más o menos de la siguiente manera:
Virginia Wolf escribe una novela, fuma, se bebe el té de las cinco. Reflexiona sobre cómo suicidar al personaje principal de su novela, lo que quiere decir que recuerda a una amiga, que piensa en ella misma. Vive en el mismo lugar y el mismo tiempo que su personaje: Mrs. Dalloway.
Virginia Wolf sale a toda prisa de la casa con un abrigo demasiado grueso para el clima. Adentro del abrigo, como ya se sabe, carga algunas piedras de un peso considerable. Es 1941. Deja una nota para Leonard, su esposo. Camina hacia el río resueltamente. La nota termina así: "si alguien habría podido salvarme, ese habrías sido tú. Todo se aleja de mí excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir arruinando tu vida. No creo que haya habido dos personas más felices que nosotros".
Michael Cunningham junta cerebro y muñeca, cartílagos, uñas y esfínteres, para reescribir a Virginia escribiendo. Inventa a Laura Brown, una sobreviviente de Los Ángeles, California, en 1949, y se reinventa a sí mismo a través de Clarissa Vaughan, una mujer común, corriente y particularmente privilegiada: una lesbiana de fin de siglo que vive en Nueva York. Titula su novela así: Las horas. Las horas es una fiesta para aquellos que tienen la suerte de seguir vivos. Y esa fiesta de belleza y dignidad es llevada al cine por Stephen Daldry.
Así que aquí se encuentra todo: un experimento complejo, afortunado y brillante. Igual la novela, de Michael Cunningham, como la película, de Stephen Daldry. Virginia, Virginia, Virginia.
¿En qué piensas mientras caminas rumbo al agua?
Virginia Wolf es Nicole Kidman. Julianne Moore es Laura Brown y dan ganas de ser todo lo que ella posee, una crema de pastel, un beso en el comedor a su vecina con cáncer, especialmente su libro favorito, el que termina de leer en una habitación de hotel mientras deja a su hijo Richard al cuidado de una amiga: Mrs. Dalloway. Meryl Streep es Clarissa Vaughan, la novia de Sally, la madre de Julia. La mejor amiga de Richard. Meryl Streep siempre da ganas de ser Meryl Streep.
Ed Harris es Richard Worthington Brown. Richard es un pajarito, un canario. No, un petirrojo resucitado. El petirrojo tiene frío, es inteligente, busca la mano de un niño que lo arrope, como un nido de muerte, con las horas corriendo al revés. A doble velocidad. Ed Harris, Richard, Señorito Petirrojo, decide deslizarse, volar en caída libre como pudo una piedra haber volado en el agua, adentro del bolsillo de una escritora malditamente buena. Richard escucha el crujir de su cráneo cuando se aplasta contra el pavimento. Así se riegan sus impulsos, sus lucecitas.
¿En qué piensa Virginia cuando camina hacia el agua?
Stephen Daldry decide que Leonard encuentra a Virginia sentada, esperando al tren que la llevará a Londres. Pero Cunningham no. Cunningham sabe que Virginia no quiere esperar sentada. Ella sólo soporta tres minutos sin leer y sin fumar. No más. Se pone de pie y sale, vía Kew Road, y antes de verlo, pasa frente a su reflejo, fragmentado y de oro, en el nombre dorado del carnicero, que flota en el vidrio sobre el cadáver de un cordero. Allí Virginia nota la fragilidad de los hombres, allí es cuando se le ocurre que están llenos de terror.
Después de todo, ni Paramount, ni Miramax, ni el poder de Hollywood pudieron arruinar la historia con otro final marca Titanic.
Puede que no sepamos con quién habla Virginia caminando hacia el agua, pero sabemos que ese pozo en el cual podemos o no hundirnos, vivirá después de que los experimentos literarios hayan sido empacados y guardados, junto con esos rollos de película vieja que nos hablan del tiempo.
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