lunes, 3 de agosto de 2009

Tu Amor Es Un Iceberg. Yo el Titanic.


Leí en la prensa que las oleadas de frío eran severas en Londres. Deseé con vesania que estuvieses padeciéndolas. Fue genuino. Abrigué -sorprendido de mí mismo- este deseo. No creo que me hayas deseado mal nunca. Pero es sólo eso, una creencia. Supe que vivías en Inglaterra porque una de esas amistades en común (que no encuentra entre las cortesías y bondades que se le pueden decir a alguien luego de un tiempo considerable sin verse, nada alegre, porque la vida la han desperdiciado entre peluquerías y fiestas), me dio cuenta de ti. No respondí. Por momentos tuve ganas de decirle que el paréntesis que se abrió luego de nuestra separación -si puede ser de alguien lo que en concreto deja de ser- me llevó a conocer personas en toda América; pero me detuve. No tenemos por qué saber de nosotros cuando ya todo es sabido. El paréntesis no se ha cerrado aún. Y en Londres quizá no hace tanto frío como desearía.

Le contaba a una de esas personas que creemos conocer cuando viajamos, y nos sentimos cómodos porque sabemos que no volveremos a conversar en un tiempo, que debes estar feliz viviendo en un lugar donde las estaciones -las cuatro- te permiten ir de compras y cuidar tu closet todo el año. Ahora sí que se justifican las visitas al mall; extraño verte tras bastidores llevando a cabo aquellos striptease improvisados en cada local en el que te probabas pantalones, blusas, faldas, y yo intentaba verte a través de cualquier resquicio de los que disponía mientras te cuidaba el bolso o la cartera. ¡Cómo echo de menos verte los pies por debajo de los probadores aun cuando sabía que luego nos iríamos a la habitación de un hotel y desnuda te probarías todo de nuevo! Cuando me toca comprar ropa, cada tienda es un recordatorio. Deberían tener barras en estos locales. Yo nunca fui un hombre que le molestara acompañarte a comprar ropa, lo disfrutaba tanto o más que tú, bien lo sabes. Ya todo es sabido.

El pudo ser ya me atormenta lo suficiente como para saber de ti lo que nunca podré cambiar. Prefiero hacer uso de la amarga imaginación y recordar lo que no fue como si hubiese sido. Ya no recuerdo con tanta cercanía lo que hicimos juntos sino que recuerdo con nostalgia lo que creí vivir contigo desde que partiste. Maldigo cada noticia que me llega de ti. Nadie puede sentir el escozor que enmudece a mi voluntad cuando desde el más auténtico impulso de maldad me dan cuenta de ti. Al dolor por tu abandono le debo mi ausencia en cuanta comunidad electrónica pulula en la red; gracias a ti me salvé del Hi5, del Facebook, y del Messenger. Autoexiliado del mundo virtual puedo recordarte con el melifluo regodeo de quienes conversamos sólo cuando sabemos que podemos aprender algo. El día que haga click, te derrumbarás y veré cómo se te ha ido la vida entre peluquerías y fiestas, y el recuerdo tan dulce, glamoroso, melancólico, como si fuese un relato de Scott Fitzgerald, se irá en bits de estupidez y exhibición vulgar. Y lo nuestro no fue vulgar. La memoria no debería ser vulgar.

Leí en la prensa que las oleadas de frío eran severas en Londres. Ojalá estés abrigada. Yo ya me he ido acostumbrando.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

el texto está muy bueno. delicioso. el título, sin embargo, es penosamente malo.

Pura Ficción dijo...

Penosamente Anónimo,

Lamentamos tu falta de humor. Celebramos que nos leas, y que te agrade este delicioso texto.


Buena suerte.



La Redacción.