sábado, 15 de agosto de 2009

El Ocaso de los Idolos: George Clooney


Yo no me voy a andar con rodeos ni performances literarios. Voy a ser claro. Clarísimo. No me voy a andar con masturbaciones ficticias, porque de qué sirve la literatura si no es para ser honesto, al menos de vez en cuando. (El título de este blog siempre lo he interpretado bajo la idea de que todo lo que aquí se escribe –toda esta reorganización de palabras en textos de cuestionable coherencia– son pura ficción, no porque los textos mismos sean ficción, sino porque las palabras que componen esos textos son ficción. Es decir, son las palabras en sí mismas las que son la verdadera ficción, una gran mentira. Es más, nuestra más grande ficción, como seres humanos, son las palabras. Y como aquí –en este blog, digo–, lo que se hace es escribir… con palabras… pues: Pura Ficción. Pero esta vez no. Esta vez no hay ficción.) Sin embargo, antes de entrar en cuestiones de Clooney, hay tres cosas que quiero mencionar: Lo primero que no puedo dejar pasar por alto, porque es que es imperdonable, es que la lista que pasó la redacción de este blog (publicada en este mismo espacio el 1ero de agosto, y que puedes ver aquí) contiene figuras altamente cuestionables. Por ejemplo: ¿De donde sacó la redacción de este blog que Katie Holmes es actriz? ¿Eso que hace ella es actuar? ¿Sí? ¿Me lo prometen? ¿Y por eso es ídolo? ¿De quién? ¿Por qué? ¿Desde cuándo? ¿Quién se hace la paja en nombre de Katie Holmes? Y estas mismas preguntas se pueden hacer de algunos otros mencionados en esa lista. Lo segundo que quiero mencionar está estrechamente relacionado al punto anterior, y es que en la susodicha lista brillan por su ausencia unos verdaderos ídolos. Coño, o sea, pero unos ídolos de verdad. ¿Qué hay de Cate Blanchett, o Sam Rockwell, o Uma Thurman o Philip Seymour Hoffman, o Kate Winslet, o Johnny Depp? ¿Qué hay de Clooney? Como se darán cuenta, en resistencia a la lista original de la redacción, yo decidí escribir sobre Clooney. Aunque lo hago ahora con un poco de arrepentimiento. Que ¿por qué? Sigan leyendo. Lo último que tengo mencionar es un punto un poco más filosófico, y está relacionado a la naturaleza de los “ídolos” mismos que conforman la lista. En el correo original que mandó la redacción se planteaba la pregunta general de qué pasó con todos estos actores. ¿Cómo es que comenzaron siendo indies y terminaron siendo figuras de culto? (Cosa que, como la redacción misma aceptó, no es el caso de todos.) ¿Cómo es que ninguno de ellos es, o fue, un ídolo de verdad? Es decir, un ídolo a lo Robert De Niro, o a lo Al Pacino, o a lo Jack Nicholson, o a lo Marlon Brando, o a lo Humphrey Bogart, o a lo Ava Gardner, o a lo Katharine Hepburn. El problema, amigos, no es que nuestros ídolos no son ídolos porque sean malos (aunque muchos lo son, y no por ello dejan de ser “idolos”); ni tampoco porque son demasiados, lo cual sugeriría que en un mar de ídolos se pierde el brillo de los mismos; tampoco es culpa de la industria, que los obliga a rebajarse a uno o dos escalafones más abajo del pico de la montaña donde se sientan los ídolos. No. La culpa es nuestra. Nosotros los espectadores. El público. Sí, nosotros. Los que nos masturbamos al ritmo de sueños alquilados. Sí. Somos nosotros los que rebajamos a nuestros ídolos. Somos nosotros lo que toleramos su mediocridad. Somos nosotros los que aceptamos que se casen con Katie Holmes; o que se deshagan de Uma Thurman; o que actúen bien en una sola película (Clooney: O Brother, Where Art Thou?; Ed Norton: Fight Club); o peor aún, que actúen siempre igual (Matt Damon, Wynona Ryder, Christina Ricci, Owen Wilson); o que no actúen para nada (Katie Holmes, Katie Holmes, Katie Holmes); o que se muden para Francia (Johnny Depp); o que simplemente se mueran porque ya no les queda nada mejor que hacer (Heath Ledger). Somos nosotros, este mar de mierda que somos los fanáticos y espectadores y perseguidores de sueños alquilados, los que tenemos de ídolos a unas pobres moscas. Pero suficiente de eso. Ahora: Clooney.

¿Quién es, entonces, este tal George Clooney? Otro ídolo mediocre, ¿o no? Tú, o yo, o el tipo de más allá, todos hemos podido haber sido Clooney. Quizá. Pero solo quizá. Porque lo primero que debe quedar claro es que Clooney no nació en alguna esquina del tercer mundo latinoamericano, ni habla español. Clooney nació en Lexington, Kentucky, en un círculo familiar que era parte de la televisión norteamericana, así que ya estaba listo para el sancocho hollywoodense desde que salio de entre las piernas de su madre. Su papá era periodista y presentador en la tele, y su mamá era una miss-algo de por allá. Y sin embargo Clooney, con esa estrella encima, lo que quería ser era jugador profesional de pelota. De haber nacido en Venezuela o en Cuba o en la República Dominicana, quizá hubiese sido un ídolo en la Serie del Caribe. Pero solo quizá. Después de intentar jugar a la pelota, e intentar ir a la universidad, Clooney por fin se dio cuenta de que lo que le tocaba en la vida era estar frente a una cámara, y en 1984 aparece en una comedia de tele llamada E/R, que no debe ser confundida con la serie que luego lo lanzó a la fama: ER. (La diferencia entre las dos series es una barra en el nombre y un soundtrack de risas.) En 1985 apreció en… Coño, pero para qué seguir el progreso de un ídolo que brilla por una razón distinta de la del esfuerzo de su trabajo y su trayectoria. Permítanme, entonces, ir directo al grano.

Yo no voy a decir que Clooney es mal actor. No. Pero tampoco voy a decir que el tipo es bueno. Tampoco le voy a quitar su estatus de ídolo, o “ídolo”. Y lo que es más, voy a confesar que a mi me encanta el tal Clooney. Su mejor actuación la podemos ver en cada uno de los episodios de ER (la serie dramática, no la comedia), y luego en O Brother, Where Art Thou? Pana, el tipo se la comió en ese papel. Sucio, mal parecido, con un bigotito de hipster de Williamsburg o Berlín que nos recuerdan a los años de oro de la pornografía, con un acento entre sureño y del midwest de los EEUU, con una diarrea verbal que dispara cuarenta palabras por segundo, y sobre todo con el pelo siempre engominado con una vaina que parecía mermelada vaginal y que se llamaba Dapper Dan. Lo que hizo bien Clooney en esa película fue, por su puesto, lo que no hizo bien en ninguna otra. En otras palabras, lo que hizo Clooney en O Brother fue no ser él mismo, que viene a ser el meollo de lo que es una buena actuación. Pero la ventaja que tiene Clooney –y por esto, que no quede duda, es que es un ídolo–, es que el tipo está de lo más chévere. Y aunque Clooney no es particularmente bien parecido –no, por ejemplo, como lo son Brad Pitt o Tom Cruise–, hay que admitir que el tipo tiene algo. Tiene algo en los ojos, y en la boca, y en ese pelito de astroboy, y en su postura, y en su aura general, y en la voz, pero sobre todo en como se lleva por la vida, que es como si supiera siempre con demasiada seguridad lo que está haciendo, que lo sabe todo. Tiene algo todo él tiene algo… Tiene algo, lo confieso, que me dan ganas de ser marico. Pero no lo soy, ojo. Pero no puedo negar que cuando veo a Clooney me dan ganas de meterle a la mariquera. Y es por eso, por esa capacidad de hasta despertarle la mariquera al hombre más heterosexual, que Clooney es un ídolo. (O sea, algo debe tener el tipo, porque ha sido uno de los dos únicos hombres que han sido seleccionados dos veces por People Magazine como los hombres mas sexy del año. ¿Saber eso es de maricos?) Pero aparte de eso no queda más nada. Porque vamos a ser francos, Clooney siempre hace de él mismo en casi todas las películas que ha hecho. Todas son lo mismo, menos O Brother. Bueno, Syriana quizá se salva también. Pero no hay manera de negar que Clooney siempre hace de un tipo cool, relajado, cómico, bien parecido, descomprometido con el mundo, que está como le da la gana, que todo el mundo lo quiere (chicas y chicos por igual), y que al final de la noche se lleva a la única mujer que sale en toda la película para la casa. Yo sé que eso es una generalización, pero váyanse a la mierda, porque saben que hay algo de verdad en lo que estoy diciendo. Y siendo así el estado de las cosas, Clooney es uno más de esos ídolos mediocres que nosotros aceptamos que sean mediocres. Todo, al final, es culpa nuestra.

Sin embargo –y este ‘sin embargo’ es grandísimo–, hay algo que sí salva a Clooney de nuestra idolatría mediocre o de nuestra mediocridad idólatra (¿hay una diferencia?), digo, a parte de su desorbitante atractivo sexual que despierta en mi una mariquera incontrolable. Lo que salva a Clooney de nuestra idolatría mediocre o nuestra mediocridad idólatra es que el tipo resulta ser buen director. Sí, es verdad que Clooney sólo ha dirigido dos películas, pero en ambas ocasiones lo ha hecho sorprendentemente bien. Good Night, and Good Luck, déjense de imbecilidades burguesas encubiertas en estupideces proletarias y vice versa, es una buena película. No es una maravilla. No es 2001: A Space Odessy o Being John Malkovich. Pero está bien dirigida. Se deja ver dos o tres veces. O sea, muy bien dirigida. Y Confesions of a Dangerous Mind, la primera en orden cronológico de las dos películas dirigidas por Clooney, es aún mejor. Claro, el guión es de Charlie Kaufmann, que es lo mejor que tiene Hollywood ahorita en términos de guionistas. Pero la película también está muy, pero muy bien dirigida. Se deja ver unas cinco o seis veces. Claro, no tengo muchos argumentos para apoyar mis desinfladas opiniones. Pero véanlas y sabrán de lo que hablo. Cierto, son solo dos películas, pero eso es suficiente. Suficiente para hacer a Clooney un ídolo. ¿Y por qué? Bueno, porque Clooney es bello. Y a la gente bella se le acepta cualquier cosa. Creo que mis argumentos son circulares. No sé. ¿No les parece? Igual, todo sigue siendo culpa nuestra.

Bueno, la cosa es que al final yo realmente no tengo nada que decir sobre Clooney. Nada muy profundo, ni nada realmente creativo. Pero sí tengo una confesión. Y es por eso, creo, que escribí todo lo anterior. A veces por las noches, en esas noches largas y tristes e insomnes y solitarias, pero sobre todo insomnes, en las que no hay nada que hacer, ni nada que comer, ni a quién cojer, me pongo a ver O Brother, Where Art Thou?... y me masturbo. Sí. Me masturbo. Me masturbo viendo a Clooney. Pero no soy marico. Me masturbo por dos horas. De verdad. Me masturbo viendo a Clooney con su bigotico y su peinado Dapper Dan. Y hago todo esto sin ser marico. Lo hago. Sí. Lo hago… Sin la mariquera. Bueno, quizá un poquito. O sea, lo hago pensando en Kate Winslet, o en Cate Blanchett, o en Kristen Dunst, o en las tres juntas… pero lo hago viendo a Clooney… me masturbo viendo a mi ídolo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Faltó mencionar 'Michael Clayton' entre las mejores películas.
(soy hombre y no soy marico y también me masturbo con Clooney)